domingo, 5 de agosto de 2018

ALERO


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 82 – 05/08/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

En la charla número 18 de este ciclo de “Decires…” -allá por el 12/03/2017-, hicimos alusión al ‘rancho’, hoy vamos a profundizar sobre una particularidad del mismo: su alero (o aleros), ya que jugó un papel fundamental en su existencia como vivienda.
Comencemos por dejar en claro que dicha palabra -‘alero’- no existe en el Diccionario de la Academia Española, al menos con el significado que nosotros le damos: el de ser una extensión del techo, por lo general a todo lo largo del rancho, y a veces con “alero” en los dos costados del mismo.
Más de una vez en este ciclo hemos hecho hincapié en la ausencia de árboles en la campaña de la “Patria Vieja”, y que la vivienda tenga “alero” a ambos lados le permitía a los ocupantes -sobre todo en los soleados veranos-, buscar la sombra en los distintos momentos del día.
La construcción de un rancho muchas veces empezaba por tener solo dos cuartos, uno destinado al lugar de dormir, y el otro a cocina, el que en el centro tenía un fogón donde se cocinaba y se calentaba el agua para el mate.
A medida que la familia se agrandaba, se lo continuaba agregándole otro cuarto, destinado a los hijos, y si estos eran varios y había varias mujeres, el hombre de la casa, tendía cama con el recado bajo el alero y allí dormía.
Bajo ese mismo alero descansaba en un caballete o sobre un palo atravesado entre los parantes, el recado con que ensillaba para las tareas rurales.
Con seguridad en el otro extremo estaba el útil mortero, y a veces también una tina hecha en un tronco de madera dura, en la que cuidando el agua, se solían lavar la cara y las manos los ocupantes del rancho.
En ocasiones cuando algún viandante pedía permiso para hacer la noche, se le ofrecía el corral o el potrero chico para el o los caballos, y el alero para que tienda tranquilo, después de churrasquear con la familia de la casa, en el fogón de la cocina.
El alero ha estado siempre presente en la poesía popular, testimoniando que a su sombra y reparo también se guitarreaba y se cantaba. Por ejemplo Francisco Anibal Riu, en su libro “Musa Errante”, a una selección de versos criollos los titula “Desde el Alero”, y ese es a la vez el título de un verso en que largamente le canta a un amor, que comienza: “Vengo buscando tu alero /  donde el amparo de un nido / la madre selva ha tejido / para el trovador campero”.
El mismo nombre “Desde el Alero” utiliza Valentín Cavilla Sinclair (“Pasto Puna”), para titular uno de sus libros; y digamos por último la referencia que en “Lo que quiero tener”, versifica Charrúa: “Yo quiero un rancho tener / clavado en medio del llano / como un nido soberano, / como un altar de placer. / Que nunca pueda caer / hecho con fuertes horcones, / con dos aleros o alones / y que visto a plena luz, / se parezca a un avestruz / que esconde los charabones”.
(Se ilustró con "Bajo el Alero" de Carlos Risso, que se puede leer en el blog "Poeta Gaucho")

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