Han transcurrido veinte años desde aquel 6 de junio de 1981 en que repentinamente nos dejó ese poeta que se llamaba Osvaldo Andino Álvarez; tenía entonces 66 años y mucho por dar aún. Su cuna había sido Marcos Paz, donde naciera el 10 de marzo de 1920, sitio al que lo vinculaban un par de generaciones familiares, y pasó su adolescencia en Paso de la Patria, provincia de Corrientes.
Amante de las gauchas tradiciones argentinas, a las que conocía ampliamente, se destacaba como poeta costumbrista de la región pampeana.
Despacio, sin apurarme
y sin fama de cantor
voy orejeando la flor
que’l destino quiso darme,
siempre me gustó hamacarme
al compás de los que tocan,
de apurao hay quien desoca
el caballo que más quiere
y ansina el mismo se hiere
como el pescao, por la boca.
Vinculado desde la juventud a las expresiones terruñeras, al decir de E. M. Portorrico “Se profesionalizó como cantor tardíamente (1958) y en forma casual cuando trabajaba como adicionista en la Peña de Cerrito 34”.
Ante nuestra inquietud, ‘Negrín’ Andrade expresa que lo conoció por finales de la década del 50 en el ambiente peñero, después, “tocando el bombo junto a Mario Arnedo Gallo (...), intentamos un duo que después devino trío: “Los Mandingas”, ya con el aporte vocal del ‘Negro’ Abel Figueroa”, conjunto que marcó época, por repertorio y estilo, fundamentalmente en las noches porteñas. “Yo no soy cantor -dice ‘Negrín’ que Osvaldo le decía- vos me has convertido en cantor...”
Cualquier bulla no es cantar
ni cualquier copla es sentencia,
los años dan experiencia
si se sabe aprovechar,
quien se largue a bolacear
tiene un final muy cercano,
suele suceder paisano
que al primer desacomodo
le hagan borrar con el codo
lo que escribió con la mano.
Como dice el poema, siempre prestó especial atención en el canto, para que el contenido de éste no sea algo pasatista, sino para que por lo menos deje la imagen de un paisaje bien descripto.
En los años 60, cuando producido el gran movimiento folclórico se poblaron de guitarras argentinas muchos rincones del país, se abrió una ‘rendija’ para que el canto pampeano se mostrase, y con él comenzó a ganar nombre un joven santafesino llamado Alberto Merlo.
Cuando a éste le llega la oportunidad de grabar, nada puede expresar de ese repertorio del sur, pues los directivos de la empresa no le veían veta de ventas; pero para su segundo trabajo consiguió convencerlos y aquel larga duración se llamó “Semblanza Sureña” por aquella milonga que decía “Hoy quiero cantarle al alma / de la llanura sureña / como una tierna reseña / de un atardecer en calma.”, y aquellos versos eran de Andino.
De allí en adelante y por espacio de tres lustros, puede decirse que fue el letrista preferido de Merlo, como que tres de sus grabaciones recibieron el bautismo por una composición del poeta, a quien grabó unas dos docenas de temas.
Cantar de lo que se sabe
si no es gloria es gran prudencia
y mantener esa ciencia
en el campo es buena llave,
no habrá candao que se trabe
ni arisco que me lo baje
y no sufrirá el ultraje
vergonzoso por demás
tener que volver pa’trás
estando en medio del viaje.
Estudioso y conocedor por observación directa de los sucesos, se transformó en un celoso custodio de las tradiciones pampeanas, al tiempo que las engalanó con sus precisos y también floridos decires: “la algarabía temprana / que empluma el aire de trinos” (1); “Le canto al Río Salado / muriendo entre cangrejales”(1); “Usaba chambergo ‘e lana / la copa bombeada entera / pa’ evitar de’sa manera / formar una palangana” (2); “Con un cielo oscurecido / y el viento que pasa aullando” (3); “Silencios que guardan sombras” (4); “mientras jugaba el vientito / con los flecos colorao.” (5).
Estas virtudes suyas de hombre conocedor y sentioso, lo convirtieron en ‘número puesto’ en el anual encuentro de “La Fiesta de las Llanuras”.
Palabra que se ha soltao
ya nunca vuelve al silencio
y eso yo se lo sentencio
porque me apoya el pasao,
hay que tener gran cuidao
con la idea que se desata
suele costar fama o plata
si por falta de cordura
después de tantas posturas
salimos bailando en pata.
La filosofía que describen los versos arriba transcriptos, lo volvieron un aliado de D. Pedro Iribarne, hacedor de la Peña Nativista de Cnel. Dorrego y por ende de la “Fiesta de las Llanuras”. Y en ella, año a año, con señorío paisano y un medido y justo proceder, resultó el animador capaz de transmitir la esencia real de ese festival, para cada persona, conjunto o delegación que debía ocupar el escenario.
Claro que era más que eso, y en la rueda del mate o el fogón aquerenciador, cautivaba por el modo de su conversación destilando conocimientos sin altanería, y por su criolla socarronería volcada en un dicho o en una expresión oportuna y acertada. Al respecto acota ‘Negrín’: “Osvaldo siempre hizo gala de una buena información cultural. Lo supieron poetas escritores con los que solía reunirse. Llamaba la atención de cualquiera que estuviera a su lado, la remembranza de hechos históricos y su buena memoria de la poesía nativista”.
Y no es todo porque también escribió letras sobre ritmos de cuyo, el norte y el litoral; y si le tocaba entreverarse en un baile campero, campeaba en él una natural prestancia, sin poses ni alardes, que a pesar de sus años descollaba en una zamba, como si ni pisase, según nos ha relatado Manuel Rodríguez.
Por eso yo considero
que es mejor el ir despacio
y ocupar justo el espacio
que abarca mi propio cuero,
ni modesto, ni altanero,
simplemente sosegao,
sigo el consejo escuchao
de uno que estudió pa’ fraile:
es triste llegar a un baile
con el caballo cansao.
Se nos fue... sin previo aviso, sin anuncio alguno y sin despedirse, sorprendiéndonos hace 20 años, con esa sensación de cuerda de guitarra que se corta cuando estaba por ‘dentrar’ al punteo. Sin demostrar -o sin querer darse cuenta- que quizás se fue “gastando contra el filo de la vida!” como dijo al evocar “La Manta Peruana”.
Pero como quien en su paso por la vida deja algo que lo trascienda, no muere del todo, siempre andará Andino en la boca de un cantor (famoso o anónimo) recorriendo paisajes pampeanos, porque a él no ha de pasarle como al “Capataz de Arreo” de su verso, aquel que “no ha dejao una tapera / al irse con su tropilla”, pero sí es cierto -parafraseándolo- que “ha quedao en la gramilla / la sombra de su elegancia / y en el aire la arrogancia / del vuelo de su golilla”, y... por qué no, el melodioso sonido de sus versos.
La Plata, 23 de mayo de 2001
Fuentes:
Referencias brindadas por Eduardo ‘Negrín’ Andrade y Manuel Rodriguez
Grabaciones de Alberto Merlo
Dicc. Biográfico de la Música Argentina de Raíz Folklórica, de Emilio Portorrico (1997)
Las estrofas intercaladas al texto corresponden a: “Pa’ mi la cosa es ansí”.
(1) Semblanza Sureña
(2) Capataz de Arreo
(3) De las brasas a un costao
(4) El puente viejo
(5) La manta peruana
Amante de las gauchas tradiciones argentinas, a las que conocía ampliamente, se destacaba como poeta costumbrista de la región pampeana.
Despacio, sin apurarme
y sin fama de cantor
voy orejeando la flor
que’l destino quiso darme,
siempre me gustó hamacarme
al compás de los que tocan,
de apurao hay quien desoca
el caballo que más quiere
y ansina el mismo se hiere
como el pescao, por la boca.
Vinculado desde la juventud a las expresiones terruñeras, al decir de E. M. Portorrico “Se profesionalizó como cantor tardíamente (1958) y en forma casual cuando trabajaba como adicionista en la Peña de Cerrito 34”.
Ante nuestra inquietud, ‘Negrín’ Andrade expresa que lo conoció por finales de la década del 50 en el ambiente peñero, después, “tocando el bombo junto a Mario Arnedo Gallo (...), intentamos un duo que después devino trío: “Los Mandingas”, ya con el aporte vocal del ‘Negro’ Abel Figueroa”, conjunto que marcó época, por repertorio y estilo, fundamentalmente en las noches porteñas. “Yo no soy cantor -dice ‘Negrín’ que Osvaldo le decía- vos me has convertido en cantor...”
Cualquier bulla no es cantar
ni cualquier copla es sentencia,
los años dan experiencia
si se sabe aprovechar,
quien se largue a bolacear
tiene un final muy cercano,
suele suceder paisano
que al primer desacomodo
le hagan borrar con el codo
lo que escribió con la mano.
Como dice el poema, siempre prestó especial atención en el canto, para que el contenido de éste no sea algo pasatista, sino para que por lo menos deje la imagen de un paisaje bien descripto.
En los años 60, cuando producido el gran movimiento folclórico se poblaron de guitarras argentinas muchos rincones del país, se abrió una ‘rendija’ para que el canto pampeano se mostrase, y con él comenzó a ganar nombre un joven santafesino llamado Alberto Merlo.
Cuando a éste le llega la oportunidad de grabar, nada puede expresar de ese repertorio del sur, pues los directivos de la empresa no le veían veta de ventas; pero para su segundo trabajo consiguió convencerlos y aquel larga duración se llamó “Semblanza Sureña” por aquella milonga que decía “Hoy quiero cantarle al alma / de la llanura sureña / como una tierna reseña / de un atardecer en calma.”, y aquellos versos eran de Andino.
De allí en adelante y por espacio de tres lustros, puede decirse que fue el letrista preferido de Merlo, como que tres de sus grabaciones recibieron el bautismo por una composición del poeta, a quien grabó unas dos docenas de temas.
Cantar de lo que se sabe
si no es gloria es gran prudencia
y mantener esa ciencia
en el campo es buena llave,
no habrá candao que se trabe
ni arisco que me lo baje
y no sufrirá el ultraje
vergonzoso por demás
tener que volver pa’trás
estando en medio del viaje.
Estudioso y conocedor por observación directa de los sucesos, se transformó en un celoso custodio de las tradiciones pampeanas, al tiempo que las engalanó con sus precisos y también floridos decires: “la algarabía temprana / que empluma el aire de trinos” (1); “Le canto al Río Salado / muriendo entre cangrejales”(1); “Usaba chambergo ‘e lana / la copa bombeada entera / pa’ evitar de’sa manera / formar una palangana” (2); “Con un cielo oscurecido / y el viento que pasa aullando” (3); “Silencios que guardan sombras” (4); “mientras jugaba el vientito / con los flecos colorao.” (5).
Estas virtudes suyas de hombre conocedor y sentioso, lo convirtieron en ‘número puesto’ en el anual encuentro de “La Fiesta de las Llanuras”.
Palabra que se ha soltao
ya nunca vuelve al silencio
y eso yo se lo sentencio
porque me apoya el pasao,
hay que tener gran cuidao
con la idea que se desata
suele costar fama o plata
si por falta de cordura
después de tantas posturas
salimos bailando en pata.
La filosofía que describen los versos arriba transcriptos, lo volvieron un aliado de D. Pedro Iribarne, hacedor de la Peña Nativista de Cnel. Dorrego y por ende de la “Fiesta de las Llanuras”. Y en ella, año a año, con señorío paisano y un medido y justo proceder, resultó el animador capaz de transmitir la esencia real de ese festival, para cada persona, conjunto o delegación que debía ocupar el escenario.
Claro que era más que eso, y en la rueda del mate o el fogón aquerenciador, cautivaba por el modo de su conversación destilando conocimientos sin altanería, y por su criolla socarronería volcada en un dicho o en una expresión oportuna y acertada. Al respecto acota ‘Negrín’: “Osvaldo siempre hizo gala de una buena información cultural. Lo supieron poetas escritores con los que solía reunirse. Llamaba la atención de cualquiera que estuviera a su lado, la remembranza de hechos históricos y su buena memoria de la poesía nativista”.
Y no es todo porque también escribió letras sobre ritmos de cuyo, el norte y el litoral; y si le tocaba entreverarse en un baile campero, campeaba en él una natural prestancia, sin poses ni alardes, que a pesar de sus años descollaba en una zamba, como si ni pisase, según nos ha relatado Manuel Rodríguez.
Por eso yo considero
que es mejor el ir despacio
y ocupar justo el espacio
que abarca mi propio cuero,
ni modesto, ni altanero,
simplemente sosegao,
sigo el consejo escuchao
de uno que estudió pa’ fraile:
es triste llegar a un baile
con el caballo cansao.
Se nos fue... sin previo aviso, sin anuncio alguno y sin despedirse, sorprendiéndonos hace 20 años, con esa sensación de cuerda de guitarra que se corta cuando estaba por ‘dentrar’ al punteo. Sin demostrar -o sin querer darse cuenta- que quizás se fue “gastando contra el filo de la vida!” como dijo al evocar “La Manta Peruana”.
Pero como quien en su paso por la vida deja algo que lo trascienda, no muere del todo, siempre andará Andino en la boca de un cantor (famoso o anónimo) recorriendo paisajes pampeanos, porque a él no ha de pasarle como al “Capataz de Arreo” de su verso, aquel que “no ha dejao una tapera / al irse con su tropilla”, pero sí es cierto -parafraseándolo- que “ha quedao en la gramilla / la sombra de su elegancia / y en el aire la arrogancia / del vuelo de su golilla”, y... por qué no, el melodioso sonido de sus versos.
La Plata, 23 de mayo de 2001
Fuentes:
Referencias brindadas por Eduardo ‘Negrín’ Andrade y Manuel Rodriguez
Grabaciones de Alberto Merlo
Dicc. Biográfico de la Música Argentina de Raíz Folklórica, de Emilio Portorrico (1997)
Las estrofas intercaladas al texto corresponden a: “Pa’ mi la cosa es ansí”.
(1) Semblanza Sureña
(2) Capataz de Arreo
(3) De las brasas a un costao
(4) El puente viejo
(5) La manta peruana
(Publicado en el N° 22 de Revista La Taba, de Luján - 12/2001)
Osvaldo fue gaucho derecho, completo como el que más. un señor que supo cantar a la cuna de su tierra.
ResponderEliminarHector Bruno Alvarez
Excelente información, muchas gracias.
ResponderEliminarExcelente información, muchas gracias.
ResponderEliminarSiempre escuché decir que los años dan experiencia, pero fue muy importante la aclaración que nos hace Don Osvaldo: "los años dan experiencia, si lo supo aprovechar". Gracias y saludos!
ResponderEliminarGracias por visitar el sitio y escribir
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