Aunque Benito Eduardo Lynch nació porteño (posiblemente en la casa de sus abuelos paternos en Arenales 284), y vivió entre 1885/1890 una niñez campera que lo marcaría, en “El Deseado” (vecindades de Urdampilleta), actual partido de Bolivar, la radicación en 1890 de su familia en la Ciudad de La Plata, hace que pueda considerárselo un platense consuetudinario y asegurarse sin temor al equívoco, que fue un platense de pura cepa y de cabo a rabo, como que en la Capital provincial transcurrió su vida por más de medio siglo y en ella desarrolló la totalidad de su obra.
Para ubicar exactamente su corta vida rural, tengamos en cuenta que en junio de 1873 y justamente en San Carlos de Bolivar comienza a apagarse “la estrella” de Cafulcurá, y que recién en 1879 se tranquilizará la frontera interior. En aquellos campos vírgenes, a partir de los 5 años de edad pobló sus ojos de imágenes imborrables el pequeño Benito.
Hasta 1893 visitaría la posesión paterna en época veraniega, del mismo modo que en 1896 visita la estancia materna “El Talar”, proximidades de Fray Bentos, República Oriental del Uruguay.
A pesar de su vida social urbana, por mucho tiempo no cortaría sus vínculos con el campo, como que entre 1898 y 1908, mantuvo periódicos contactos con las estancias “Barrancas Coloradas”, “Santa Catalina”, “La Quinua” (en Gral. Guido), “Las Víboras” (en Dolores) y “La Clarita” (en Tornquist), contactos que fueron un constante abrevar en la realidad campera de entonces, de allí el tono veraz que permanentemente transmiten sus descripciones de la estancia de fines del Siglo XIX y principios del XX, cuando el campo ya se ha alambrado y cuando el gaucho libre a ultranza ha trocado en el paisano que es peón asalariado.
Anecdóticamente, sin afirmarlo, mencionamos que en el decir de Petit de Murat, tenía un “campito en Magdalena”.
Respecto de su nacimiento porteño que alguna vez -hace siete lustros- fue puesto en dudas, atribuyéndosele nacencia uruguaya (donde residían sus abuelos maternos), ocurrió el 25 de julio de 1880 y ha quedado claramente demostrado por Estanislao de Urraza en el Diario “El Día” (donde por 20 años trabajara Benito), en un extenso artículo aparecido el 19/11/1964 y luego incluido en su libro “La Plata Ciudad de Mayo”.
Demuestra el autor tras la inspección ‘in situ’ de los papeles que despertaron la controversia, que dicha partida alude al hijo primigenio de los cónyuges Beaulieu-Lynch (Elgardo, fallecido precozmente), siendo Benito Eduardo el cuarto de los doce hijos del prolífico matrimonio, por lo que no corresponde a un “evidente error ortográfico” como supone Estela Dos Santos en el fascículo número 38 de la Colección Capítulo, de mayo de 1968. Había sido Susana Clauso Royo quien por vez primera divulgara ese presunto origen desde las páginas de “La Prensa”, dos años antes.
En su estada en Uruguay, de Urraza se puso en contacto con las hermanas Bernabela y Catalina (la primera nacida en Bolivar, platense la segunda), que sobrevivieron al escritor y se habían radicado en la heredad materna de “El Talar” (Dpto. de Río Negro, Fray Bentos); dice el investigador que “Fue para ellas una verdadera sorpresa que estuviera en discusión la nacionalidad de su hermano Benito; más aun, les pareció una aberración y me afirmaron que nunca habían oído tal cosa en el seno de su hogar.”
Valga apuntar una curiosidad respecto de los hijos varones del matrimonio Lynch: descartando el primer hijo, Elgardo, que como dijimos falleció a poco de nacer, Benito Eduardo sería el mayor, y a partir de él, todos llevarían “Benito” como segundo nombre, a saber, Leopoldo Benito, Tomás Benito, Roberto Benito, Armando Benito y Mariano Benito. Quizás como un exagerado sello paterno, quien tenía por tal su nombre, hombre de fuerte personalidad, algo autoritario y muy celoso.
Benito escritor, es el pintor descriptivo y el intérprete filosófico del cambio que sufre la vida rural con la transición de la antigua estancia criolla, a la modernización y la influencia inmigratoria, en la explotación del campo.
Su vida literaria se inicia en 1904, cuando desde las páginas de “El Día” -al que había ingresado un tiempo antes como cronista social-, publica sus “Cuadritos Domésticos”, los que firmaba con seudónimo, y no eran de temática rural. Tampoco será completamente campera su primera novela “Plata Dorada”, pero si lo será la segunda que también le traerá la consagración y el elogio de sus pares: “Los Caranchos de La Florida”, de 1916. Tenía 36 años.
15 son sus libros publicados y más de 110 los cuentos dispersos en diarios y revistas; también dos obras de teatro y un argumento de cine aun inédito, al igual que un par de novelas y una media docena de cuentos, todo sin publicar.
Es opinión personal, que con la literatura de Lynch, la narrativa gauchesca logra su más alta cumbre, superando incluso a otros autores que han tenido más prensa.
Dentro de las varias rarezas de su vida, está la de haberse apartado de la escritura y la publicación a partir de enero de 1941, cuando “La Nación” publica su cuento “Medallas de Oro”; antes, en 1933 había aparecido en forma de libro su última novela “El Romance de un Gaucho”, difícil ejercicio literario ya que se encuentra íntegramente escrito en lengua gaucha. Circunstancia ésta que hizo a muchos críticos tildar la obra de pesada, extensa y recargada por su lenguaje, pero es sin duda -en mi modesta opinión-, el momento más completo y brillante en su obra, ya que el uso del recurso aludido está reservado exclusivamente, a quienes mucho conocen del tema, como era su caso: el de un agudo observador del medio que describe y da vida.
Me tranquiliza descubrir que Petit de Murat opinase que con el mismo “Lynch escribe su mejor novela. Antes de despedirlo humaniza el arquetipo. Estos gauchos, realmente los últimos, parecen también los más verdaderos desde el punto de vista de una concepción netamente realista.”, y que Anderson Imbert dijese que así “cerraría su carrera con una extraordinaria hazaña estilística” y tilda al lenguaje de “expresivamente artístico”.
Respecto de su voluntario ostracismo literario, arriesgamos una opinión: dado lo austero de su forma de ser, su personalidad retraída y poco dada al público y admiradores, es muy posible que la dura crítica de sus contemporáneos haya provocado en él un rechazo que lo llevó a clausurar su necesidad de publicar, actitud que puede haberse visto aumentada tras el fallecimiento de su madre, Doña Juana, acaecido en noviembre de 1937. A ciencia cierta, no hay o no se conoce, un elemento que justifique su retiro de los medios gráficos, a los que fue tan dado por espacio de casi cuatro décadas. Lo que no abandonó fue la escritura, ya que los trabajos inéditos que dejó indicarían que continuó creando.
Llama la atención ver que críticos y comentaristas de su obra -contemporáneos y posteriores-, opinan que adhirió a la corriente naturalista, que debió profundizar más en los aspectos sicológicos de determinados personajes, que éste o aquel párrafo es reiterativo, que la extensión de tal obra es excesiva; pero lo que la mayoría no ve, por desconocimiento o por negligencia, es el profundo conocimiento que tiene Lynch de la vida gaucha o cuasi gaucha, de su lenguaje oral, de sus usos, costumbres y modismos, de sus trabajos, y es en base a esto que entreteje el sólido andamiaje en que se sostiene su obra. Si sus cuentos y novelas tienen una historia que atrapa al lector, siendo que la mayor parte de su obra es de ambiente rural, gran mérito reside en el verismo que transmiten la ambientación de sus situaciones, ya que por su gran conocimiento del medio, sus recreaciones de la vida de la vieja estancia son inobjetables y el modo en que se desenvuelven sus paisanos, acertadamente natural. Benito, más allá de que practique esgrima y boxeo, que frecuente el Jockey Club y que juegue a la bocheta, o de que concurra asiduamente al cine, es un gaucho de espíritu, un enamorado de la libertad de esos campos que conoció en la niñez y lo marcó indeleblemente, amor que sin duda ha ido creciendo proporcionalmente al paso del tiempo.
Otro gran conocedor de la vida y el medio rural, Miguel D. Etchebarne, ha sabido observar: “Benito Lynch ha asistido a la tragedia de la desaparición del gaucho y ha puesto lo mejor de su talento en retener en el cuadro de su novela esta romántica figura. Fácil es suponer el dolor que sentiría Lynch al ver que sus gauchos boleadores de avestruces, castos y sufridos, algunos de los cuales nunca se cortaron el pelo ni la barba, eran suplantados por gallegos y turcos. Lynch quiere y admira a los hijos de la pampa. En el gaucho de Buenos Aires, generoso y valiente, indomable como descendiente de tribus guerreras, ve él pasta de héroe. ‘La humildad -me dijo- será de otros, no de los gauchos de la provincia de Buenos Aires.’”
Digamos que en 1994 debe haberse hecho la última edición de una obra suya: “1932”, una verdadera rareza ya que es un cuento de ficción publicado en “El Día” en 1907, en el cual el personaje ve desde una aeronave como ha crecido la Ciudad de La Plata al cumplir 50 años, precisamente, en 1932.
Este libro, en edición no comercial, fue editado por la Universidad Nacional de La Plata y está firmado con el seudónimo de E. Thynón Lebíc, un anagrama de su nombre, tras el que se escudó en sus primeros escritos.
Aquejado por una dolorosa enfermedad, Benito Lynch falleció en el Instituto Médico Platense, el 23 de diciembre de 1951, a los 71 años de edad, y sus restos fueron trasladados a la bóveda de la Familia Andrade, en Buenos Aires. Lástima grande que no descanse en el Cementerio de La Plata.
Poco queda en la ciudad que dio marco a su vida, que lo recuerde, sólo un par de placas (que pasan desapercibidas) en el frente del edificio que ocupa el solar de su vivienda en Diagonal 77 Nº 734; el “Rincón del Novelista” en el parque Saavedra, erigido con el portón y la puerta que hicieran el frente de su casa; y el jacarandá histórico que ocupa la plazoleta de Dg. 77, 8 y 43, frente justo al que fuera su domicilio. Ni si quiera se lo menciona en el pretencioso libro que editara la Municipalidad en 1999. ¡Imperdonable omisión!
Si lo evocan un par de escuelas, y el Ateneo Literario que perpetúa su nombre.
Siendo Guillermo Pilía, Director de Museos, Monumentos y Sitios Históricos de la Provincia (1991), se le erigió a Lynch un monumento en Bolivar, pero falta uno que lo recuerde en La Plata, no sólo como uno de los grandes narradores nacionales del Siglo XX, sino también como uno de los ciudadanos ilustres de nuestra querida ciudad. Y aún estamos a tiempo de salvar la falta.
Ahora bien... como era Lynch? Despeja este interrogante la descripción que nos brinda Manuel Gálvez: “Benito era alto, flaco, todo huesos y ángulos. Rostro largo y con alguna arruga, nariz corva, facciones finas, expresión viva. Buen mozo. Tipo muy viril. Ojos grandes, de mirada cordial y un tanto pícara. Tenía en su figura algo de quijotesco: luengos brazos, aire de hidalgo, cuerpo erguido, rostro enjuto. Me recibió muy sonriente y con los brazos abiertos. No era, sin embargo, expansivo: en esto como en todo tenía el sentido de la medida. Muy distinguido, con algo de gran señor, hablaba pulcramente, sin criolladas ni chabacanerías (...) Entre los escritores argentinos, escasos hubo tan caballeros como Lynch. Inclusive sentía exageradamente el prurito del honor, frecuente en los españoles. La franqueza fue una de sus virtudes y también la lealtad.”.
Reafirmando lo dicho en cuanto a su forma de ser, Petit de Murat referencia que el crítico chileno Torres Rioseco lo describió “sencillo como una corriente de agua clara, cordial como un vino generoso.”
121 años han transcurrido desde aquel 25 de julio de 1880.
La Plata, 16 de julio de 2001
BENITO LYNCH
De Juan Manuel Cotta
Superas a Güiraldes. Tal opino.
Está en tu prosa el gaucho y todo el llano.
Sencillo y claro; sin doblez, humano...
Por esto, y algo más, muy argentino.
Nada de coscojeos. Si, buen tino.
Pincel seguro de avezada mano.
Corto y hondo el lenguaje del paisano.
Sugestivo el cardal como el camino.
La metáfora sobria, rasgo criollo.
Listo para pialar, en amplio rollo,
el lazo, tradición, progreso, historia...
Y, fuera de tu predio, un venteveo
gritando como un guaso: “¡Patrón, creo
que don Benito Lynch es limpia gloria!”.
Para ubicar exactamente su corta vida rural, tengamos en cuenta que en junio de 1873 y justamente en San Carlos de Bolivar comienza a apagarse “la estrella” de Cafulcurá, y que recién en 1879 se tranquilizará la frontera interior. En aquellos campos vírgenes, a partir de los 5 años de edad pobló sus ojos de imágenes imborrables el pequeño Benito.
Hasta 1893 visitaría la posesión paterna en época veraniega, del mismo modo que en 1896 visita la estancia materna “El Talar”, proximidades de Fray Bentos, República Oriental del Uruguay.
A pesar de su vida social urbana, por mucho tiempo no cortaría sus vínculos con el campo, como que entre 1898 y 1908, mantuvo periódicos contactos con las estancias “Barrancas Coloradas”, “Santa Catalina”, “La Quinua” (en Gral. Guido), “Las Víboras” (en Dolores) y “La Clarita” (en Tornquist), contactos que fueron un constante abrevar en la realidad campera de entonces, de allí el tono veraz que permanentemente transmiten sus descripciones de la estancia de fines del Siglo XIX y principios del XX, cuando el campo ya se ha alambrado y cuando el gaucho libre a ultranza ha trocado en el paisano que es peón asalariado.
Anecdóticamente, sin afirmarlo, mencionamos que en el decir de Petit de Murat, tenía un “campito en Magdalena”.
Respecto de su nacimiento porteño que alguna vez -hace siete lustros- fue puesto en dudas, atribuyéndosele nacencia uruguaya (donde residían sus abuelos maternos), ocurrió el 25 de julio de 1880 y ha quedado claramente demostrado por Estanislao de Urraza en el Diario “El Día” (donde por 20 años trabajara Benito), en un extenso artículo aparecido el 19/11/1964 y luego incluido en su libro “La Plata Ciudad de Mayo”.
Demuestra el autor tras la inspección ‘in situ’ de los papeles que despertaron la controversia, que dicha partida alude al hijo primigenio de los cónyuges Beaulieu-Lynch (Elgardo, fallecido precozmente), siendo Benito Eduardo el cuarto de los doce hijos del prolífico matrimonio, por lo que no corresponde a un “evidente error ortográfico” como supone Estela Dos Santos en el fascículo número 38 de la Colección Capítulo, de mayo de 1968. Había sido Susana Clauso Royo quien por vez primera divulgara ese presunto origen desde las páginas de “La Prensa”, dos años antes.
En su estada en Uruguay, de Urraza se puso en contacto con las hermanas Bernabela y Catalina (la primera nacida en Bolivar, platense la segunda), que sobrevivieron al escritor y se habían radicado en la heredad materna de “El Talar” (Dpto. de Río Negro, Fray Bentos); dice el investigador que “Fue para ellas una verdadera sorpresa que estuviera en discusión la nacionalidad de su hermano Benito; más aun, les pareció una aberración y me afirmaron que nunca habían oído tal cosa en el seno de su hogar.”
Valga apuntar una curiosidad respecto de los hijos varones del matrimonio Lynch: descartando el primer hijo, Elgardo, que como dijimos falleció a poco de nacer, Benito Eduardo sería el mayor, y a partir de él, todos llevarían “Benito” como segundo nombre, a saber, Leopoldo Benito, Tomás Benito, Roberto Benito, Armando Benito y Mariano Benito. Quizás como un exagerado sello paterno, quien tenía por tal su nombre, hombre de fuerte personalidad, algo autoritario y muy celoso.
Benito escritor, es el pintor descriptivo y el intérprete filosófico del cambio que sufre la vida rural con la transición de la antigua estancia criolla, a la modernización y la influencia inmigratoria, en la explotación del campo.
Su vida literaria se inicia en 1904, cuando desde las páginas de “El Día” -al que había ingresado un tiempo antes como cronista social-, publica sus “Cuadritos Domésticos”, los que firmaba con seudónimo, y no eran de temática rural. Tampoco será completamente campera su primera novela “Plata Dorada”, pero si lo será la segunda que también le traerá la consagración y el elogio de sus pares: “Los Caranchos de La Florida”, de 1916. Tenía 36 años.
15 son sus libros publicados y más de 110 los cuentos dispersos en diarios y revistas; también dos obras de teatro y un argumento de cine aun inédito, al igual que un par de novelas y una media docena de cuentos, todo sin publicar.
Es opinión personal, que con la literatura de Lynch, la narrativa gauchesca logra su más alta cumbre, superando incluso a otros autores que han tenido más prensa.
Dentro de las varias rarezas de su vida, está la de haberse apartado de la escritura y la publicación a partir de enero de 1941, cuando “La Nación” publica su cuento “Medallas de Oro”; antes, en 1933 había aparecido en forma de libro su última novela “El Romance de un Gaucho”, difícil ejercicio literario ya que se encuentra íntegramente escrito en lengua gaucha. Circunstancia ésta que hizo a muchos críticos tildar la obra de pesada, extensa y recargada por su lenguaje, pero es sin duda -en mi modesta opinión-, el momento más completo y brillante en su obra, ya que el uso del recurso aludido está reservado exclusivamente, a quienes mucho conocen del tema, como era su caso: el de un agudo observador del medio que describe y da vida.
Me tranquiliza descubrir que Petit de Murat opinase que con el mismo “Lynch escribe su mejor novela. Antes de despedirlo humaniza el arquetipo. Estos gauchos, realmente los últimos, parecen también los más verdaderos desde el punto de vista de una concepción netamente realista.”, y que Anderson Imbert dijese que así “cerraría su carrera con una extraordinaria hazaña estilística” y tilda al lenguaje de “expresivamente artístico”.
Respecto de su voluntario ostracismo literario, arriesgamos una opinión: dado lo austero de su forma de ser, su personalidad retraída y poco dada al público y admiradores, es muy posible que la dura crítica de sus contemporáneos haya provocado en él un rechazo que lo llevó a clausurar su necesidad de publicar, actitud que puede haberse visto aumentada tras el fallecimiento de su madre, Doña Juana, acaecido en noviembre de 1937. A ciencia cierta, no hay o no se conoce, un elemento que justifique su retiro de los medios gráficos, a los que fue tan dado por espacio de casi cuatro décadas. Lo que no abandonó fue la escritura, ya que los trabajos inéditos que dejó indicarían que continuó creando.
Llama la atención ver que críticos y comentaristas de su obra -contemporáneos y posteriores-, opinan que adhirió a la corriente naturalista, que debió profundizar más en los aspectos sicológicos de determinados personajes, que éste o aquel párrafo es reiterativo, que la extensión de tal obra es excesiva; pero lo que la mayoría no ve, por desconocimiento o por negligencia, es el profundo conocimiento que tiene Lynch de la vida gaucha o cuasi gaucha, de su lenguaje oral, de sus usos, costumbres y modismos, de sus trabajos, y es en base a esto que entreteje el sólido andamiaje en que se sostiene su obra. Si sus cuentos y novelas tienen una historia que atrapa al lector, siendo que la mayor parte de su obra es de ambiente rural, gran mérito reside en el verismo que transmiten la ambientación de sus situaciones, ya que por su gran conocimiento del medio, sus recreaciones de la vida de la vieja estancia son inobjetables y el modo en que se desenvuelven sus paisanos, acertadamente natural. Benito, más allá de que practique esgrima y boxeo, que frecuente el Jockey Club y que juegue a la bocheta, o de que concurra asiduamente al cine, es un gaucho de espíritu, un enamorado de la libertad de esos campos que conoció en la niñez y lo marcó indeleblemente, amor que sin duda ha ido creciendo proporcionalmente al paso del tiempo.
Otro gran conocedor de la vida y el medio rural, Miguel D. Etchebarne, ha sabido observar: “Benito Lynch ha asistido a la tragedia de la desaparición del gaucho y ha puesto lo mejor de su talento en retener en el cuadro de su novela esta romántica figura. Fácil es suponer el dolor que sentiría Lynch al ver que sus gauchos boleadores de avestruces, castos y sufridos, algunos de los cuales nunca se cortaron el pelo ni la barba, eran suplantados por gallegos y turcos. Lynch quiere y admira a los hijos de la pampa. En el gaucho de Buenos Aires, generoso y valiente, indomable como descendiente de tribus guerreras, ve él pasta de héroe. ‘La humildad -me dijo- será de otros, no de los gauchos de la provincia de Buenos Aires.’”
Digamos que en 1994 debe haberse hecho la última edición de una obra suya: “1932”, una verdadera rareza ya que es un cuento de ficción publicado en “El Día” en 1907, en el cual el personaje ve desde una aeronave como ha crecido la Ciudad de La Plata al cumplir 50 años, precisamente, en 1932.
Este libro, en edición no comercial, fue editado por la Universidad Nacional de La Plata y está firmado con el seudónimo de E. Thynón Lebíc, un anagrama de su nombre, tras el que se escudó en sus primeros escritos.
Aquejado por una dolorosa enfermedad, Benito Lynch falleció en el Instituto Médico Platense, el 23 de diciembre de 1951, a los 71 años de edad, y sus restos fueron trasladados a la bóveda de la Familia Andrade, en Buenos Aires. Lástima grande que no descanse en el Cementerio de La Plata.
Poco queda en la ciudad que dio marco a su vida, que lo recuerde, sólo un par de placas (que pasan desapercibidas) en el frente del edificio que ocupa el solar de su vivienda en Diagonal 77 Nº 734; el “Rincón del Novelista” en el parque Saavedra, erigido con el portón y la puerta que hicieran el frente de su casa; y el jacarandá histórico que ocupa la plazoleta de Dg. 77, 8 y 43, frente justo al que fuera su domicilio. Ni si quiera se lo menciona en el pretencioso libro que editara la Municipalidad en 1999. ¡Imperdonable omisión!
Si lo evocan un par de escuelas, y el Ateneo Literario que perpetúa su nombre.
Siendo Guillermo Pilía, Director de Museos, Monumentos y Sitios Históricos de la Provincia (1991), se le erigió a Lynch un monumento en Bolivar, pero falta uno que lo recuerde en La Plata, no sólo como uno de los grandes narradores nacionales del Siglo XX, sino también como uno de los ciudadanos ilustres de nuestra querida ciudad. Y aún estamos a tiempo de salvar la falta.
Ahora bien... como era Lynch? Despeja este interrogante la descripción que nos brinda Manuel Gálvez: “Benito era alto, flaco, todo huesos y ángulos. Rostro largo y con alguna arruga, nariz corva, facciones finas, expresión viva. Buen mozo. Tipo muy viril. Ojos grandes, de mirada cordial y un tanto pícara. Tenía en su figura algo de quijotesco: luengos brazos, aire de hidalgo, cuerpo erguido, rostro enjuto. Me recibió muy sonriente y con los brazos abiertos. No era, sin embargo, expansivo: en esto como en todo tenía el sentido de la medida. Muy distinguido, con algo de gran señor, hablaba pulcramente, sin criolladas ni chabacanerías (...) Entre los escritores argentinos, escasos hubo tan caballeros como Lynch. Inclusive sentía exageradamente el prurito del honor, frecuente en los españoles. La franqueza fue una de sus virtudes y también la lealtad.”.
Reafirmando lo dicho en cuanto a su forma de ser, Petit de Murat referencia que el crítico chileno Torres Rioseco lo describió “sencillo como una corriente de agua clara, cordial como un vino generoso.”
121 años han transcurrido desde aquel 25 de julio de 1880.
La Plata, 16 de julio de 2001
BENITO LYNCH
De Juan Manuel Cotta
Superas a Güiraldes. Tal opino.
Está en tu prosa el gaucho y todo el llano.
Sencillo y claro; sin doblez, humano...
Por esto, y algo más, muy argentino.
Nada de coscojeos. Si, buen tino.
Pincel seguro de avezada mano.
Corto y hondo el lenguaje del paisano.
Sugestivo el cardal como el camino.
La metáfora sobria, rasgo criollo.
Listo para pialar, en amplio rollo,
el lazo, tradición, progreso, historia...
Y, fuera de tu predio, un venteveo
gritando como un guaso: “¡Patrón, creo
que don Benito Lynch es limpia gloria!”.
Bibliografía:
- Bibliografía Argentina de Artes y Letras Nº 8 (enero-marzo 1959)
- Capítulo Nº 38 (5/1968)
- De Urraza, Estanislao – La Plata Ciudad de Mayo (2º ed. 1994)
- De Vedia, Leonidas – Introducción a “De los campos porteños” (Ed. Troquel, 8/1966)
- Etchebarne, Miguel D. – Benito Lynch y la reiteración de un desencuentro (La Nación, 1/12/1957)
- Lynch, Benito – "1932" (UNLP, 1994)
- Moncaut, Carlos A – Las estancias de los campos porteños que inspiraron a Benito Lynch - Cap. XXI de "Estancias Viejas” (Ed. El Aljibe, 10/1996)
- Petit de Murat, Ulises – Genio y Figura de Benito Lynch (Eudeba, 8/1969)
- Salama, Roberto – Benito Lynch (Ed. La Mandrágora, 7/1959)
(Publicado en Revista De Mis Pagos N° 12 - 9/2000)
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