Desde la ventana que tan gentilmente
me abriera … (“El Mirador / El Tradicional”) permitiéndome no solo otear
hacia horizontes sin límites, sino también, volcar algunas reflexiones, decía
al entornar sus postigos, que de haber
“una próxima” hablaríamos de nuestra cultura gaucha. ¡Pues, intentemos darle
inicio!
Pero hablar del gaucho, así a secas,
es -como suelen expresar los jóvenes-: todo un tema. Y para encontrarle la
punta al mismo debemos remontarnos a la llegada de los primeros conquistadores
e imaginarnos sus ojos poblados de asombro: primero, porque pisaban una “tierra
nueva”; segundo, por la exhuberancia de lo que la misma les ofrecía -ríos
inmensos, selvas inconmensurables, montañas gigantescas-, ¡que el nuevo mundo
no se las anda con chiquitas!, y superaba todo lo por ellos conocido.
Y sumémosle a lo dicho, la rica
magnificencia de las desarrolladísimas civilizaciones que habitaban Centroamérica
y el norte y noreste de la América
del Sur.
Escaramuza más escaramuza menos,
dominar a aquellos pueblos civilizados fue tarea fácil para los ambiciosos
soldados ávidos de riquezas; pero a medida que avanzaban hacia el sur o que
intentaban desembarcos en el sur del continente, no solo la naturaleza se
mostraba más agresiva, sino que en los naturales de estas regiones, en
condición inversamente proporcional a su desarrollo sociocultural, crecía su
belicosidad en defensa de esa invasión.
Mucho le costó al español asentar su
planta en esta zona de América; baste evocar a Solís y Mendoza, entre otros,
para recordarlo. Y si bien las riquezas no estaban a la vista como con los
aztecas y mayas, el imaginario popular se encargaba de mostrarlas de manera tal
que, incentivado el apetito codicioso, el conquistador buscó afanosamente
sobreponerse a tanta contingencia y adversidad, hasta lograr establecerse con
cierta seguridad.
En nuestras latitudes, que es donde
rastreamos el origen del ser social llamado “gaucho”, la conquista logra hacer
base en lo que hoy es Paraguay.
Al respecto dice Félix Luna: “Poco después (refiere a la muerte de
Mendoza) se estableció una convivencia
relativamente pacífica en el Paraguay, y los guaraníes hicieron tratos con las
huestes de Irala sobre la base de
entregar a sus mujeres, en un ámbito que se dio en llamar ‘el paraíso de
Mahoma’.”
El destacado es nuestro, que allí se
encuentra la punta del ovillo.
No es ninguna novedad afirmar que en
aquellas aventuradas y difíciles travesías sobraban hombres y escaseaban
mujeres, y no es de extrañar tampoco que por una cuestión natural hombres y
mujeres se necesitan mutuamente, y a falta de europeas, ¡bienvenidas las
guaraníes! Y se inicia la mestización.
Fruto del reclamo de esa necesidad
sexual, son los hijos que comienzan a denominarse “mancebos de la tierra”, “mozos
de la tierra” y también “criollos”.
En un trabajo anterior los describía así: “Hijo
de vientres pródigos y fecundos pero casi anónimos, tuvo padres que le
mezquinaron la identidad de la paternidad.”
Cuando Juan de Garay acude hacia el
sur con la intención de establecer el dominio del estuario del Plata refundando
la ciudad soñada por Pedro de Mendoza cuatro décadas antes, encabeza una
expedición integrada por sesenta y seis personas, que en si ya no eran
españoles de pura cepa, sino, casi todos nacidos en estas tierras, producto de
los tratos párrafos arriba indicados. Eran criollos.
Buenos Aires fue refundada el 11 de
junio de 1580 prácticamente por “hijos
del país”.
Aquella expedición pondrá en
movimiento una actividad que será primordial para el nacimiento del gaucho: el trabajo con hacienda y de a
caballo.
Entonces el valor de la hacienda
bovina y caballar era muy importante, y una cantidad de ellas era necesaria
para establecerse en las regiones a dominar. Esto motivo una expedición
fundadora dividida en dos: por agua, en embarcaciones, los enseres de trabajo,
muebles, provisiones y herramientas; por tierra los arreos vacunos y yeguarizos
confiados a mozos de a caballo y guaraníes colaboradores y prácticos en la
tarea.
Esa actividad ecuestre vinculada al
manejo de hacienda bovina, será primordial para el nacimiento del gaucho, y quizás haya sido ésta
travesía el antecedente cierto de lo que siglos más tarde conoceremos como uno de
los oficios más gauchos: el de tropero, arriero o resero, según sea la región.
La fundadora expedición de Garay,
trajo hacia estas tierras a poblar, entre 300 y 500 cabezas de ganado vacuno y
unos 1000 yeguarizos. Siete años antes, el mismo soldado había fundado Santa Fe
de la Veracruz ,
en cuyas adyacencias ya se apacentaban de estas clases de ganados (procedentes
del Paraguay y Córdoba), necesarios para el abasto de la población, unos,
imprescindibles para la movilidad, el trabajo, la guerra y las tareas de
expansión, los otros.
Es de pensar con certeza, que de los
que venían arreando desde la
Asunción , como de los que se aquerenciaban por la joven Santa
Fe, y los que se establecieron en la nueva Buenos Aires, hubo animales que
escapaban del control de sus pastores (se “alzaban” se decía entonces), y
dueños y señores de un ámbito que los favorecía, se silvestraban, o para
decirlo en el lenguaje de la campaña, se hacían “cimarrones” (salvaje,
montaraz). Si a esto le sumamos que unos siete años después, Juan Torres de
Vera y Aragón fundaba San Juan de Vera de las Siete Corrientes, para cuyo fin
se arrearon -también de la
Asunción- 1500 cabezas de ganado, con los que debe haberse
repetido el fenómeno antes aludido, ya tenemos en la hacienda silvestrada, el
caldo de cultivo del que ha de germinar el
gaucho.
Haciendas de Santa Fe se utilizaron
para poblar y extender las posesiones en la Banda de los Charrúas, y así, hacia 1606 el
Gobernador Hernandarias encontró vacunos cimarrones ¡a diez leguas de la
costa!, lo que es decir más de 50 kms.
Según refiere Coni en su “Historia
de las Vaquerías de Río de la
Plata ”, a 28 años de fundada la Ciudad de Buenos Aires
(1608), el Cabildo concede a Melchor Maciel, el primer permiso o licencia para cazar hacienda cimarrona. Esto de
por sí explica que el número de animales en estado silvestre en los campos más
o menos próximos, era muy importante.
Así, hacia 1610/20, las haciendas
sin marca de dueño, pero que se consideraban propiedad de los gobiernos de cada
ciudad, se contaban por cientos de miles
a lo largo del litoral, en la Banda Oriental ,
y en los llanos próximos a Buenos Aires.
Y esta geografía poblada de
majestuosos ríos, impenetrables montes y selvas, con llanuras inmensas, pero
que carecía de los codiciados metales precioso tan apetecibles para los
conquistadores, reemplazará las minas de plata, con la explotación del ganado
vacuno, cobrando suma importancia lo que ha de llamarse “acción de vaquear”.
Era tal, un derecho que se vendía a,
por lo general, miembros de la sociedad “más acomodada”, y que no
necesariamente tenía que ver con la posesión o titularidad de la tierra.
Ahora bien, no han de ser estos
“señores” los que han de internarse campo adentro donde la naturaleza y los
naturales del suelo tallaban por propia condición. Estos propietarios, a los
que se conoce como “accioneros”, contrataban capataces de probada autoridad y
mando, y éstos, se encargaban de reclutar esos “mozos de la tierra”, esos “hijos
del país”, esos “criollos”,
hábiles como el que más para el caballo y curtidos como el mejor para la
intemperie, que habían heredado de la sangre materna, la parquedad, el coraje
nunca doblegado y un cierto distanciamiento hacia el poder de la civilización;
y de su ascendencia paterna, cierta anónima hidalguía y el mismo arrojo que le
permitió al conquistador el abordaje de lo ignoto.
Por meses armaban campamentos en
lugares recónditos (si los relacionamos con los escasos centros poblados),
abocados a la caza de la hacienda salvaje, animales de cuerpo enjuto, amplia
cornamenta y ágiles como gamo; donde a fuerza de desjarretador, lazos,
boleadoras y facón, procedían a la tarea de sacrificar la mayor cantidad de
reses posibles, para paso seguido, a cuchillo y chaira iniciar la cuereada,
animal por animal, ya que era éste -la corambre-, el único elemento
aprovechable entonces, el que, carretas mediante, llegaba a los puertos que le
señalaban a Europa como fin de viaje.
De esta actividad, realizada casi
ininterrumpidamente hasta mediados del 1700, nace ese ser social al que se
llama gaucho, que por las
circunstancias apuntadas solo ha de respetar en el mando al que es superior a
él, lo que -con el devenir del tiempo-, ha de explicarnos el por qué del caudillismo.
Según Juan Espinosa, el gaucho “Es orgulloso como quienes no reconocen
superior en el desierto en que vive, y se considera dueño por su esfuerzo de
cuanto lo rodea”. Esta última interpretación de la propiedad, es la que en
el Siglo 19 fundamentalmente, lo enfrentará al poder del patrón y de los
jueces, que lo tildan de vago y haragán; pero, por el contrario, si seguimos al
autor citado, vemos que “…es espigado,
ligero de cuerpo, pero membrudo; tan infatigable en la faena como indolente
cuando no tiene precisión de hacer algo. Alegre a veces, taciturno otras,
celoso de sus derechos de hombre, no sufre que nadie le humille: tipo especial
que no tiene muchos parecidos”.
Resumiendo, tomamos la expresión del
Dr. Pizarro, cuando dice: “El gaucho (…) se apone al blanco-europeo y a
su orden porque solo lo valoraba como esclavo y tiende a alejarse del tipo de vida horizontal y
gregaria del indio, porque se siente superior a la misma…”.
Acercándonos al final, digamos que
desde aquella fundación de Asunción (1537) transcurrieron dos centurias hasta
llegar a erigirse en un ser social con identidad propia, templado y formado por
las dos vertientes que le dieron vida (“Naciste
en la juntura de dos razas / como en el tajo de dos piedras /
nacen los talas”, estilizó el poeta), y todo eso para una existencia
plena de no más de un siglo, como que alterada la geografía natural por el
avance civilizador, el gaucho transmutó hacia el hombre de campo que alteró
aquella seminómade existencia, en la de peón de estancia, puestero, resero por
caminos serpenteantes, pero atado ahora a reglas socio-económicas que en todo
difieren de su tiempo de origen.
Muchas páginas podrían borronearse
sobre el particular, aportando dichos de muchos investigadores, pero buscando
la síntesis cerramos con las palabras del oriental Silva Valdés, cuando dice
que en el ayer el gaucho abonó la
Patria con su sangre, y que “hoy, convertido en símbolo, sigue prodigando el zumo de su vida
nutriendo el estro de algunos artistas que lo evocan y lo aman como al abuelo
del pago grande que es el terruño. Gaucho: creo que no te acabarás nunca (…), nuestras
patrias te ofrecerán al futuro en las dos manos extendidas del Arte y de la Historia ”.
Y en eso andamos nosotros.
Publicado en Mensuario “El
Mirador” (La Plata ),
en 10 y 11/1998
Publicado en Periódico “El
Tradicional” Nº 46 de 06/2002
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