“A los 86 años, falleció ayer el poeta y académico Jorge Calvetti”.
(La Nación, 5/11/2002)
La triste noticia me llevó a rememorar como fue que conocí al ilustre escritor.
Corrían los primeros años de la década de 1980 cuando SADE La Plata organizó un acto en el que se lo homenajeaba, y la escritora Alicia Agnese de Ripa, entonces secretaria de la institución, me convocó para que junto a otros dos “jóvenes” poetas leyéramos trabajos nuestros en dicho acto, el que se realizó en un salón adjunto al Museo Municipal de Bellas Artes, en el Pasaje Dardo Rocha, ala sobre calle 50, esquina 7.
Sentado en primera fila, de traje oscuro y lentes de importante armadura que daban un aspecto académico a la seriedad de su rostro cetrino, como tallado a influjo de andinos ancestros, allí estaba el homenajeado, atento a los sucesos.
Recuerdo que leí unas octavas endecasílabas tituladas “Tala”, dedicadas al árbol de dicha especie que erguía su imponente y antigua figura junto al corral de la yerra en casa de mis mayores, y tras el acto, cuando los saludos de agradecimiento y despedida, Calvetti, deferentemente al estrecharnos la mano, me comentó: “Su poema me ha hecho recordar el tala que estaba en el patio de mi casa...”Pero al Calvetti escritor yo lo había “descubierto” el día que en Libros Lenzi, encontré un ejemplar de “Genio y Figura de José Hernández”, cuya autoría compartía con el tucumano Roque Raúl Aragón, y que había publicado EUDEBA como corolario del certamen de ensayos en adhesión al Año Hernandiano (1972) con motivo de cumplirse el centenario de la aparición del Martín Fierro; certamen que precisamente se adjudicaran, escudados tras el seudónimo “León Cruz”.
Lo minucioso y ameno de ese trabajo sobre un tema que tanto me atrae e interesa, me cautivó, tornándose de consulta obligada.
Pasarían varios años -unos cuantos- para volver a encontrarlo; fue en la Casa de Cultura y Peña “La Salamanca”, entonces sita en diagonal 74 entre 48 y 49, cuando como parte del ciclo de charlas y conferencias que ese año de 1996 coordinó Luis Soulé, se presentó junto al Dr. Horacio Castillo que ofició de interlocutor.
De esa vez guardo la sensación que lo que tenía Calvetti para decir transitaba por un carril distinto del que discurría Castillo. Más apegado al terruño, el primero; más inclinado a lo filosófico, el segundo.
Andando el tiempo y siendo que con la Asociación de Escritores Tradicionalistas ilustrábamos el boletín bimensual con el mapa de cada provincia y un poema alusivo, al corresponderle el turno a Jujuy -2/1999- se eligió el soneto “El Retorno” de su autoría.
No recuerdo como obtuve su dirección, lo cierto fue que le hice unas líneas y le adjunté un ejemplar del Boletín y otro de mi librito “Campo de Ayer”, y cual no sería mi sorpresa y asombro al recibir unos veinte días después, una conceptuosa carta suya y un ejemplar dedicado de su “Escrito en la tierra”.
Por su carta me entero que había sido un hombre de campo, un hombre de a caballo, un tropero. Puede que sea una sonsera, pero ¡cuánto que me agrandó su imagen conocer este aspecto de su vida gaucha!
El libro “Escrito en la tierra”, contiene relatos en prosa de tipo autobiográfico, que evocan justamente, aquellos años, en que después de cursar el secundario en la Capital Federal, regresa a su provincia a instalarse en la finca familiar para dedicarse a las tareas rurales.
Así que para mi asombro, este escritor, que desde 1984 era miembro de la Academia Argentina de Letras -de la que llegó a ser su vicepresidente-, que obtuvo en 1993 el Gran Premio de Honor de SADE, que fue designado en 1999 miembro correspondiente de la Real Academia Española; con obras traducidas al inglés, francés, griego y alemán, ¡era un hombre de campo!, de lo que estaba ciertamente orgulloso, por lo que Sibila Camps reprodujo al respecto en Clarín, una frase suya que lo define: “Siempre fui un forastero, un visitante de la ciudad. Sigo siendo quebradeño nato, profundo”.Calvetti era una presencia segura cada año, cuando los Residentes Jujeños de La Plata evocan el “Éxodo” en que el pueblo marchó tras los pasos de Belgrano; allí lo vi y saludé por última vez, en el salón de la Cooperativa Bernardino Rivadavia, compartiendo añoranzas con Rodolfo Aparicio, César Corte Carrillo y José María Mercado (El Coya). Corría el año 2000.
Había nacido en la Quebrada de Humahuaca, en Maimará, el 4 de agosto de 1916, y falleció en la Ciudad de Buenos Aires, donde estaba radicado, el 4 de noviembre de 2002. En ésta última, por largos años se desempeñó en el diario La Prensa.
Su primer libro apareció en 1944 bajo el título de “Fundación del Cielo” (poesía), con el que obtiene el Premio Iniciación de la Comisión Nacional de Cultura, logrando al año siguiente con el libro de cuentos “Alabanza del Norte”, el Premio Regional otorgado por la misma Comisión. Doce títulos más conforman su bibliografía, habiendo aparecido el último en 1997 bajo la nominación de “Antología Poética”.
Un lujo de la vida haberlo podido conocer y compartir esos instantes que han de mantenerse indelebles en el recuerdo; un tesoro su carta manuscrita que he de guardar afectuosamente como un distingo.
Aquerenciado al terruño, definió: “El escritor, primero tiene que conocer bien lo propio para poder entender la esencia de nuestra cultura, para saber quienes somos en realidad.”
Tras ser velado en la Biblioteca Nacional, sus restos descansan en su provincia, en el panteón familiar del Cementerio del Salvador, donde ha de perpetuarse tal lo que se reconocía: un hombre de la tierra, un quebradeño, un gaucho del norte.
(Publicado en el N° 18, 12/2004, de Revista De Mis Pagos)
(La Nación, 5/11/2002)
La triste noticia me llevó a rememorar como fue que conocí al ilustre escritor.
Corrían los primeros años de la década de 1980 cuando SADE La Plata organizó un acto en el que se lo homenajeaba, y la escritora Alicia Agnese de Ripa, entonces secretaria de la institución, me convocó para que junto a otros dos “jóvenes” poetas leyéramos trabajos nuestros en dicho acto, el que se realizó en un salón adjunto al Museo Municipal de Bellas Artes, en el Pasaje Dardo Rocha, ala sobre calle 50, esquina 7.
Sentado en primera fila, de traje oscuro y lentes de importante armadura que daban un aspecto académico a la seriedad de su rostro cetrino, como tallado a influjo de andinos ancestros, allí estaba el homenajeado, atento a los sucesos.
Recuerdo que leí unas octavas endecasílabas tituladas “Tala”, dedicadas al árbol de dicha especie que erguía su imponente y antigua figura junto al corral de la yerra en casa de mis mayores, y tras el acto, cuando los saludos de agradecimiento y despedida, Calvetti, deferentemente al estrecharnos la mano, me comentó: “Su poema me ha hecho recordar el tala que estaba en el patio de mi casa...”Pero al Calvetti escritor yo lo había “descubierto” el día que en Libros Lenzi, encontré un ejemplar de “Genio y Figura de José Hernández”, cuya autoría compartía con el tucumano Roque Raúl Aragón, y que había publicado EUDEBA como corolario del certamen de ensayos en adhesión al Año Hernandiano (1972) con motivo de cumplirse el centenario de la aparición del Martín Fierro; certamen que precisamente se adjudicaran, escudados tras el seudónimo “León Cruz”.
Lo minucioso y ameno de ese trabajo sobre un tema que tanto me atrae e interesa, me cautivó, tornándose de consulta obligada.
Pasarían varios años -unos cuantos- para volver a encontrarlo; fue en la Casa de Cultura y Peña “La Salamanca”, entonces sita en diagonal 74 entre 48 y 49, cuando como parte del ciclo de charlas y conferencias que ese año de 1996 coordinó Luis Soulé, se presentó junto al Dr. Horacio Castillo que ofició de interlocutor.
De esa vez guardo la sensación que lo que tenía Calvetti para decir transitaba por un carril distinto del que discurría Castillo. Más apegado al terruño, el primero; más inclinado a lo filosófico, el segundo.
Andando el tiempo y siendo que con la Asociación de Escritores Tradicionalistas ilustrábamos el boletín bimensual con el mapa de cada provincia y un poema alusivo, al corresponderle el turno a Jujuy -2/1999- se eligió el soneto “El Retorno” de su autoría.
No recuerdo como obtuve su dirección, lo cierto fue que le hice unas líneas y le adjunté un ejemplar del Boletín y otro de mi librito “Campo de Ayer”, y cual no sería mi sorpresa y asombro al recibir unos veinte días después, una conceptuosa carta suya y un ejemplar dedicado de su “Escrito en la tierra”.
Por su carta me entero que había sido un hombre de campo, un hombre de a caballo, un tropero. Puede que sea una sonsera, pero ¡cuánto que me agrandó su imagen conocer este aspecto de su vida gaucha!
El libro “Escrito en la tierra”, contiene relatos en prosa de tipo autobiográfico, que evocan justamente, aquellos años, en que después de cursar el secundario en la Capital Federal, regresa a su provincia a instalarse en la finca familiar para dedicarse a las tareas rurales.
Así que para mi asombro, este escritor, que desde 1984 era miembro de la Academia Argentina de Letras -de la que llegó a ser su vicepresidente-, que obtuvo en 1993 el Gran Premio de Honor de SADE, que fue designado en 1999 miembro correspondiente de la Real Academia Española; con obras traducidas al inglés, francés, griego y alemán, ¡era un hombre de campo!, de lo que estaba ciertamente orgulloso, por lo que Sibila Camps reprodujo al respecto en Clarín, una frase suya que lo define: “Siempre fui un forastero, un visitante de la ciudad. Sigo siendo quebradeño nato, profundo”.Calvetti era una presencia segura cada año, cuando los Residentes Jujeños de La Plata evocan el “Éxodo” en que el pueblo marchó tras los pasos de Belgrano; allí lo vi y saludé por última vez, en el salón de la Cooperativa Bernardino Rivadavia, compartiendo añoranzas con Rodolfo Aparicio, César Corte Carrillo y José María Mercado (El Coya). Corría el año 2000.
Había nacido en la Quebrada de Humahuaca, en Maimará, el 4 de agosto de 1916, y falleció en la Ciudad de Buenos Aires, donde estaba radicado, el 4 de noviembre de 2002. En ésta última, por largos años se desempeñó en el diario La Prensa.
Su primer libro apareció en 1944 bajo el título de “Fundación del Cielo” (poesía), con el que obtiene el Premio Iniciación de la Comisión Nacional de Cultura, logrando al año siguiente con el libro de cuentos “Alabanza del Norte”, el Premio Regional otorgado por la misma Comisión. Doce títulos más conforman su bibliografía, habiendo aparecido el último en 1997 bajo la nominación de “Antología Poética”.
Un lujo de la vida haberlo podido conocer y compartir esos instantes que han de mantenerse indelebles en el recuerdo; un tesoro su carta manuscrita que he de guardar afectuosamente como un distingo.
Aquerenciado al terruño, definió: “El escritor, primero tiene que conocer bien lo propio para poder entender la esencia de nuestra cultura, para saber quienes somos en realidad.”
Tras ser velado en la Biblioteca Nacional, sus restos descansan en su provincia, en el panteón familiar del Cementerio del Salvador, donde ha de perpetuarse tal lo que se reconocía: un hombre de la tierra, un quebradeño, un gaucho del norte.
(Publicado en el N° 18, 12/2004, de Revista De Mis Pagos)
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